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miércoles, septiembre 05, 2007

LEVANTEMOS EL CORAZÓN...







Seguramente ya, en este momento histórico de tu vida oído muchas definiciones de oración y aún has aprendido algunas de memoria. Tomemos como base una muy corta y sencilla: "ORAR ES LEVANTAR A DIOS EL CORAZÓN".


¿CÓMO TE IMAGINAS A DIOS? Nos lo han pintado de muchas maneras. Sin embargo su retrato más auténtico, su figura más verdadera nos la da el Evangelio: DIOS ES NUESTRO PADRE. Jesús nos enseñó que Dios posee todas las cualidades de un buen padre. Quizás muchas de ellas las hemos admirado y sentido en nuestro propio papá. Dios tiene además toda la ternura y la solicitud amorosa de una mamá. Así es Dios, como un padre, como una madre, aumentados y corregidos.

Juan Pablo I, aquel papa que sólo gobernó la Iglesia treinta y tres días, explicó en una de sus catequesis que "DIOS ERA COMO UNA MADRE". Algunos se extrañaron. Sin embargo, este pensamiento lo encontramos en el Libro de Isaías: “Mirad; seréis alimentados y llevados en brazos, y sobre sus rodillas seréis acariciados; como uno a quien su madre consuela, así yo os consolaré” (Isaías 66,12). Cada uno de nosotros puede elaborar una imagen adecuada de Dios, recogiendo los recuerdos amables que guarda de sus propios padres. Ellos son, al fin y al cabo, quienes con su vida y su amor realizan una etapa muy importante de la Revelación.

Aunque no todos los recuerdos de nuestros padres serán positivos y más aún partiendo de las experiencias que tienes a nivel de la organización y la historia de tu propia familia. Pero como cristianos y como jóvenes que vamos madurando, comprenderemos que ellos son también personas humanas y mirando el conjunto, nos quedaremos únicamente con lo bueno, como nos enseña San Pablo. Este Padre del cielo es quien espera, cada día, que le hablemos en nuestra ORACIÓN.

Lo primero entonces es, separar algún tiempo, dejar a un lado los estudios, el deporte, las demás personas. En el templo, o en nuestro cuarto, nos podemos recoger un momento para comunicarnos con Dios. Conviene empezar dándonos cuenta de que Él está muy cerca de nosotros. Hagamos consciente su presencia. Sintamos su amor. Expresémosle los sentimientos espontáneos de ese momento. Démosle gracias por todo lo que nos ha dado. Hagamos una lista detallada de tanto que hemos recibido de su mano. Pidámosle perdón por nuestras fallas. Expongámosle sencillamente nuestras necesidades.

¿Y DE QUÉ TEMAS PODEMOS HABLAR CON DIOS? Sencillo: la vocación, el servicio, la familia, los errores, los temores, las esperanzas, las metidas de pata, el discernimiento, nuestra caminada dentro de la Escuela de Jesús como discípulos, como estudiantes, como trabajadores, como integrantes de familia, como integrantes de círculos sociales. Podemos hablarle del mal que nos inunda, de los equívocos de esta sociedad Post - Moderna. De los violentos, de la urgencia de la paz...

Hablémosle también a Nuestra Señora “NUESTRA MADRE MARÍA” confiémosle a Ella nuestras preocupaciones, nuestros deseos, nuestros ideales. Pidámosle con confianza que nos libre de los vicios, que nos conserve lejos del pecado.

¿Y CUÁL HA DE SER EL TEXTO APROPIADO? Para este ejercicio de oración, puede servirnos leer algún libro de las Sagradas Escrituras, repasar alguna página del Evangelio, recitar despacio un salmo, rezar una oración de las que aprendimos en la infancia. Hablarle al Señor de nuestra historia personal y familiar, de nuestro momento histórico... Cuando oramos le prometemos algo a Dios. Podría ser corregimos de algo, hacer un favor al prójimo, apartarnos de lo que nos perjudica, esforzarnos más en el estudio, ser más generosos en nuestras relaciones en el hogar; esto se llama: compromiso.

Procura poner en práctica esta lección, orando siquiera algunas veces en la semana. Comprobarás cómo Dios se hace presente en tu vida; avanza en todo sentido, hacia tu Ideal Cristiano.

Leemos en San Mateo: “Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis, pues, como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre; venga tu Reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánoslo hoy; y perdona nuestras ofensas así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal” (Mateo 6, 7-13).